MUERTA PERO LIBRE II. Autorretrato de un femicidio progresivo.

MUERTA PERO LIBRE
AUTORETRATO DE UN FEMICIDIO PROGRESIVO

Parte II


Agradezco a mi padre y a mi madre por darme consejos que nunca tomé. Atribuyo a ellos algunos de mis errores y casi todos los triunfos, al igual que algunos de mis defectos y casi todas mis virtudes, más por encima de todo les debo mis “distorsiones sexuales”. Conocí a mi padre cuando tenía casi 1 año, cuando lo vi por primera vez fui tan feliz que no pude llorar, reprimir esa fuerte emoción quebró toda posibilidad futura del verdadero sentir, hasta el día de hoy aun sufro de asentimentalismos y quizá esa autorepresion fue la causante de este caso.

Vale la pena apartar de todo este lio a mi abnegada madre, hermosa, fuerte y valiente. Valiente para soportar tanta violencia de parte de mi padre, ella fue la encargada de endurecer la coraza con la que di frente y seguiré soportando los golpes de esta plena pero pesada vida. ¿Cómo no amarla? ¿Cómo no llamarla? ¿Cómo no gritar mamá? ¿Cómo no gritar mama suplicando su amparo?

Grite - ¡mamá! – cayendo a la arena, cuando me jaló fuertemente de los brazos y me empujó por la espalda. Grite - ¡mamá! – mientras comía tierra, arrastrada por él. Grite - ¡mamá! - una noche arrodillada en una playa desierta temblando de frio. Grite ¡mamá! – mientras danzaba alrededor de mi cuerpo desnudo tocando la gaita (flauta indígena) cual espíritu burlesco. Grite - ¡mamá! – cuando me tocó sentarme encima de su cuerpo acostado y en un llanto visceral introducir su pene en mi vagina. Tanto era el llanto y los gritos que no soportó más y esta vez me penetro posando yo cual perra. Cuando eyaculó dentro de mi paró. Seguía el llanto. Estuve media hora mirando el fuego con la mente en blanco, sin poder moverme, sin poder cerrar los ojos, sin poder responder a sus preguntas sobre si me había gustado. Luego se acercó un hombre moreno de unos 40 años diciendo que había escuchado gritos. Cuando lo vi grité auxilio, pero en silencio, no podía moverme, estaba en shock. Hace dos horas me había violado un hombre y mi única defensa fue gritar ¡mamá!

Esa noche después de mi primera violación, camine de su hombro hasta la aldea de la tribu indígena Kogui donde nos alojábamos. En el camino él constantemente golpeaba mi cara obligándome a hablar, pero yo inconscientemente, no podía pronunciar ni una sola palabra. Al llegar a la carpa en la que acampábamos, para vengarme le confesé que el marido de su hermana me parecía sexy cuando cabalgaba por la selva y que me iría sola al día siguiente. Eso lo altero fuertemente y amenazó con “quemar el rancho”, por lo que una vez más tuve que ceder. Sabía que estando allí, estaba más segura.


Días después continuaron sus golpes montaña arriba. Cuando los indígenas se enteraron de lo que pasaba lo echaron de la aldea, me brindaron una hamaca dentro de su casa y me ofrecieron comida y dinero para volver con mis padres. Él se sintió claramente ofendido, pues su familia adoptiva no defendió su hombría y ademas dejó entrar una civilizada a la tribu. 

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